MISIÓN SALVATORIANA, SUEÑO, ENTUSIASMO Y REALIDAD
P. Juan Carrasquilla O., SDS
El 6 de Agosto de 2013 tomé el avión en el aeropuerto de Ciudad de México con destino a Campeche, con el fin de participar en la celebración de los 5 años de la llegada de los salvatorianos de Polonia a México y en la profesión de votos temporales del primer salvatoriano mexicano.
Un vuelo tranquilo por los cielos mexicanos con expectativas y esperanzas, como alguien que viaja hacia lo desconocido. Para mí todo era nuevo, pensaba en la maravillosa experiencia el día anterior en el inmenso y magnífico santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, símbolo viviente de la fe de un pueblo ante el rostro moreno y tierno de la Guadalupana. Pensaba agradecido en mis adentros en la gracia recibida al poder conocer el santuario y extasiarme unos segundos ante el Ayate de San Juan Diego con la figura de María, venerada no sólo por el pueblo Mexicano sino por toda América Latina.
Había leído un poco sobre Guadalupe y me preguntaba ¿Por qué habría la Virgen María, apareciéndose a un indio en el recientemente conquistado México y hablándole en su idioma nativo, Nahuatl, querer llamarse «de Guadalupe», un nombre español? El origen del nombre Guadalupe siempre ha sido motivo de controversias, y muchas posibles explicaciones han sido dadas.
Se cree sin embargo como la más acertada que el nombre es el resultado de la traducción del nahuatl al español de las palabras usadas por la Virgen durante su aparición a Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan Diego.
Se cree que Nuestra Señora usó el término azteca(nahuatl) de coatlaxopeuh, el cual es pronunciado «quatlasupe» y suena extremadamente parecido a la palabra en español Guadalupe. Coa significando serpiente, tla el artículo «la», mientras xopeuh significa aplastar. Así Nuestra Señora se debió haber referido a ella misma como «la que aplasta la serpiente.». Esto concordaba con la explicación recibida en la tarde del día anterior.
Con devoción y admiración había tomado la oración del Beato Juan Pablo II, en su viaje a Mexico, en el mes de enero de 1979, en su visita a la Basílica:
Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a ti, que sales al encuentro
de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día
todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te
consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos
y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos
y recorrer contigo el camino de una plena felicidad
a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas,
te pedimos por todos los Obispos,
para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana,
de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
C ontempla esta inmensa mies,
e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad
en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos,
fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza,
con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso,
protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas,
y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
enséñanos a ir continuamente a Jesús
y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a El,
mediante la confesión de nuestras culpas y pecados
en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos,
que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios
podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.
Juan Pablo II
Por mi oración había pasado muchas personas familiares y amigos, todos los salvatorianos, especialmente los que están enfermos o en dificultades. A todos los había puesto bajo la protección del manto de nuestra Señora, había sido una tarde inolvidable.
Envuelto en mis pensamientos y oración escuché el anuncio que nos indicaba el aterrizaje en unos minutos en el aeropuerto de San Francisco de Campeche.
Todo era nuevo para mí, quizás no habría nadie esperándome y debía tomar un taxi a la dirección que tenía escrita, de la casa de los Salvatorianos. Pero mi sorpresa fue grane al encontrar en el aeropuerto al P. Pedro, provincial de Polonia, a Fr. Salvador y al P. Sebastián. Fue una gran alegría el encontrar a los cohermanos.
Luego nos dirigimos a la casa salvatoriana, la parroquia de San José Obrero que tenían los salvatorianos desde su llegada a tierras mexicanas, la casa cural y de formación.
Una casa sobria, bonita, tranquila con una capilla muy acogedora y los espacios bien distribuidos, con un jardín interior que menguaba en parte las altas temperaturas, en ese momento el termómetro marcaba 36 grados centígrados. Desde un principio me impactó el ver por todas partes el escudo salvatoriano, la imagen del P. Jordan familiar y cercana.
Antes del almuerzo tuve la oportunidad de visitar la obra de los salvatorianos en Campeche, me quedé gratamente sorprendido con la visita a los dos colegios, al Instituto Mendoza, que cuenta con más de 900 estudiantes, renovado, con espacios nuevos y bien diseñados, y desde la puerta la misión salvatoriana en uno de los muros, el P. Jordan. Todo tenía un agradable sabor salvatoriano, sea por las imágenes del Salvador y del P. Jordan, o por los ambientes mismos. Parecía que los salvatorianos llevaran allí muchísimos años, la amabilidad de la gente, de los salvatorianos laicos que colaboran en varias áreas. Me contaban que el colegio lo había recibido de la Diócesis en un estado lamentable y con unos 400 alumnos, ahora se había dado una transformación copernicana en todo sentido, gracias al empuje, entusiasmo y carisma de los Salvatorianos, que al principio los llamaban los padres polacos, pero que ahora todos hablaban con cariño y gratitud de los salvatorianos.
Admirable desde todo punto de vista es el trabajo de los salvatorianos de Polonia en estos 5 años de presencia en Campeche. El entusiasmo de la gente, el impacto que ha causado la vida y obra del P. Jordán, el aprecio de los campechanos por los salvartorianos, son algunos de los elementos sobresalientes que he podido observar en estos cortos días entre ellos y en el contacto con la gente.
Recuerdo agradecido las atenciones de los cohermanos de Polonia y la acogida de la gente con la cual me fue posible compartir en esta corta estadía.
P. Juan Carrasquilla O. SDS