Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino
Ángelus del Papa en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2 febrero 2014
Autor: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. En esta fecha también se celebra la Jornada de la Vida Consagrada, que recuerda la importancia para la Iglesia de todos los que han oído la llamada a seguir a Jesús de cerca en el camino de los consejos evangélicos. El evangelio de hoy narra que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José llevaron al niño al templo para consagrarlo y ofrecerlo a Dios, como lo prescribe la ley judía. Este episodio evangélico es también un icono de la donación de la propia vida por parte de aquellos que, por un don de Dios, toman los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente.
Esta ofrenda de sí mismos a Dios concierne a todos los cristianos, porque todos estamos consagrados a Él por medio del bautismo. Todos estamos llamados a ofrecernos al Padre con Jesús y como Jesús, haciendo de nuestra vida un don generoso, en la familia, en el trabajo, en el servicio a la Iglesia, en las obras de misericordia. Sin embargo, esta consagración la viven de una manera particular los religiosos, los monjes, los laicos consagrados que, con la profesión de los votos, pertenecen a Dios de manera plena y exclusiva. Esta pertenencia al Señor permite a los que la viven de una manera auténtica ofrecer un testimonio especial al Evangelio del Reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo, allí donde se encuentra la oscuridad más densa, y difundir su esperanza en los corazones desalentados.
Las personas consagradas son un signo de Dios en los diferentes ambientes de la vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. Así entendida y vivida, la vida consagrada se nos presenta como es realmente: ¡es un don de Dios! ¡Un don de Dios a la Iglesia. Un don de Dios a su pueblo! Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino. Hay mucha necesidad de estas presencias, que fortalecen y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, de la educación cristiana, de la caridad hacia los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso de la formación humana, de la formación espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso por la justicia y la paz en la familia humana. Pero pensemos ¿qué pasaría si no estuvieran las religiosas, las religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas? Pero imagínense una Iglesia sin las religiosas…. ¡No, no se puede pensar! Son este don, esta levadura que lleva precisamente adelante al pueblo de Dios. ¡Son grandes estas mujeres, que consagran su propia vida y llevan adelante el mensaje de Jesús!
La Iglesia y el mundo necesitan este testimonio del amor y de la misericordia de Dios. ¡Los consagrados, los religiosos, las religiosas también son este testimonio de que Dios es bueno, que Dios es misericordioso! Por esto es necesario valorar con gratitud las experiencias de vida consagrada y profundizar en el conocimiento de los diferentes carismas y espiritualidad. Debemos orar para que muchos jóvenes respondan «sí» al Señor que los llama a consagrarse totalmente a Él para un servicio desinteresado a los hermanos. Consagrar la vida para servir a Dios y a los hermanos.
Por todos estos motivos, como ha sido ya anunciado, el año próximo estará dedicado de manera especial a la vida consagrada. Encomendemos desde ahora esta iniciativa a la intercesión de la Virgen María y de San José, que, como padres de Jesús, fueron los primeros en ser consagrado a Él, y a consagrar sus vidas a Él.
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