¿CUANTO DURA LA ALEGRÍA PASCUAL?
Introducción. Apenas terminada la Pascua y cuando se supone que la alegría de la experiencia del resucitado tendría que situarnos en un nivel de euforia, de alegría desbordante y de efusión de esperanza y optimismo, contagiando fe y amor, a mí me viene cansancio, el sueño, el enfrentarme a un montón de tareas inacabadas, estudios, un horizonte comunitario de trabajos por hacer, de malos entendidos, de conflictividad. Y la primera tentación es pensar que la fe no sirve para nada. Para qué celebrar de forma animada la victoria de Jesús sobre la muerte, si mi vida y mi historia, sigue con pie y medio en el sepulcro. Y si levantamos la mirada y damos una vuelta por nuestro mundo la violencia, las injusticias y el sufrimiento siguen bañando de muerte los espacios de la actualidad. Solemos idealizar las experiencias espirituales cargándolas de una fuerte dosis de imaginación. Al acercarnos al evangelio parece que a Jesús las críticas no le doliesen, o los latigazos no le afectaran. Y no es así. Su humanidad se sumergió tan profundamente en lo humano que se vio envuelto en todo lo que a nosotros nos quita la vida. Pero experiencia de indefensión le ayudó a volcar toda su confianza en aquel que no le abandonó en ningun momento.
“Mirad, llega la hora, ya ha llegado, en que os disperséis cada uno por vuestro lado y me dejéis solo. Pero yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened valor: yo he vencido al mundo.” Jn 16,32-33.
Yo noto que la alegría pascual es compatible con la conflictividad, con la experiencia de desolación, de cansancio, de fatiga. Lo que nos ofrece la resurrección no es la ausencia total de los límites, sino la compañía fiel del Dios que acompaña y asume la humanidad hasta las últimas consecuencias. No es la amnistía de los sufrimientos y los dolores, es la posibilidad de acogerlos llenándolos de sentido y despertando la compasión y la solidaridad con aquellos que los padecen. Y nos permiten convivir con las diferentes sensibilidades, con los miedos, con los temores, en la esperanza confiada de que no son lo definitivo de nuestra existencia sino momentos necesarios para crecer en el amor.
Lo que Dios nos dice. “Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué se os ocurren tantas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer. Entonces les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo: Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. [45] Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello.” Lc 24,36-48.
Jesús resucitado y lleno de vida se acerca a una comunidad llena de miedo, con las puertas cerradas, espantados y temblando de miedo, y su actitud es la del que se compadece y les da aquello de lo que carecen. No hay reproche, no hay exigencia, ni siquiera un juicio condenatorio. Hay un sincero deseo de comprender la frágil respuesta de sus discípulos y el deseo de fortalecer la confianza que ellos habían `perdido. El anuncio de paz de Jesús es una muestra de cómo acercarnos a las realidades carentes de vida que encontramos a nuestro alrededor. En cambio a nosotros las personas que nos cuestan, o las circunstancias que nos envuelven cargadas de negatividad, o de límites, nos provocan rechazo y deseos de huir. El amor resucitado es el que se acerca esperanzado a las situaciones carentes de vida, con la seguridad de que se pueden revertir, se pueden sanar y salvar.
“La mano del Señor se posó sobre mí y el Señor me llevó en espíritu, dejándome en un valle todo lleno de huesos. Me hizo pasarles revista: eran muchísimos los que había en la cuenca del valle; estaban resecos. Entonces me dijo: Hijo de Adán, ¿podrán revivir esos huesos? Contesté: Tú lo sabes, Señor. Me ordenó: Conjura así a esos huesos: Huesos calcinados, escuchad la Palabra del Señor. Esto dice el Señor a esos huesos: Yo os voy a infundir espíritu para que reviváis. Os injertaré tendones, os haré criar carne; tensaré sobre vosotros la piel y os infundiré espíritu para que reviváis. Así sabréis que yo soy el Señor. Pronuncié el conjuro que se me había mandado, y mientras lo pronunciaba, resonó un trueno, luego hubo un terremoto y los huesos se ensamblaron, hueso con hueso. Vi que habían prendido en ellos los tendones, que habían criado carne y tenían la piel tensa; pero no tenían aliento. Entonces me dijo: Conjura al aliento, conjura, hijo de Adán, diciéndole al aliento: Esto dice el Señor: Ven, aliento, desde los cuatro vientos y sopla en estos cadáveres para que revivan. Pronuncié el conjuro que se me había mandado. Penetró en ellos el aliento, revivieron y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa”. Ez 37,1-10.
Todas las realidades secas de nuestro mundo, todas las personas con las que mantenemos unas relaciones secas, todos los lugares de mi propia historia secos, sin vida, suelen producirnos tristeza y desolación. El tiempo de pascua es la invitación de recorrer esas mismas situaciones con la esperanza de que la acción del Espíritu de Dios los puede devolver la vida.
Cómo podemos vivirlo. El Jesús del sepulcro era humanidad sin vida, destrozada y aniquilada por la acción destructiva de la humanidad. El pecado se cebó en Jesús y lo dejo exhausto. El aliento de Dios, su Espíritu en acción envolvió ese cuerpo sin vida y lo recreó, le devolvió la identidad, lo glorificó y lo llevó a la máxima plenitud de su identidad. Por eso estamos llamados a creer firmemente en esa acción resucitadora de nuestro Dios en las experiencias cotidianas de cansancio, de desgaste, de desilusión.
DURARA MIENTRAS MANTENGAMOS LA ESPERANZA EN AQUEL QUE NOS AMA INCONDICINALMENTE Y CON EL LA VIDA SE HACE MAS HUMANA, RESPIRABLE, FRATERNA Y LLEVADERA.