El anuncio que libera contemplando al crucificado

EL ANUNCIO QUE LIBERA

 

Introducción. Estamos terminado el tiempo de Cuaresma, y es tiempo de agradecer todo este camino que el Señor nos ha invitado a recorrer cogidos fuertemente de su mano. Han sido cinco semanas de buscar transformar todo lo que en nuestra vida no está tocado por su amor. Ha sido un tiempo de asimilar y personalizar lo que significa tener una vida nueva que Dios nos regala de forma abundante. De lo que está lleno el corazón es de lo que habla la boca. Si mi corazón está lleno de alegría, de fe, de esperanza, de amor, es imposible que luego lo que comunique, lo que contagie esté cargado de negatividad o de rechazo. Por eso la actitud que vivimos los misioneros es la de descubrir la presencia del Señor en medio de las circunstancias que vivimos. Somos todos hijos del mismo Dios, y a pesar de las diferencias, de los diferentes grupos que formamos la sociedad, la Iglesia, la ciudad, y el mundo, estamos llamados a ser fermento, semilla de Reino de Dios. Lo contrario es crear ambientes de confrontación, de enemistad, de crítica, de murmuraciones, chismorreos, muy propio de personas que no tienen mucho que hacer, y disfrutan de criticar la vida de los demás.

 

Cuantas huellas imborrables hay en cada uno de nuestros corazones que nos han llegado de las personas que nos han influido y acompañado a lo largo de nuestras vidas. Somos como un puñado de barro en el que muchas manos han ejercido de alfareros. Desde la familia que nos acogió en el momento de nacer, desde los amigos del colegio, profesores, hay una multitud de personas que nos han dejado una huella imborrable en nuestra vida, y que lo siguen haciendo. Es en la relación con los otros cuando nosotros descubrimos el valor de nuestra propia vida. Y justo las buenas noticias que estamos llamados a compartir tienen que ver con el amor que somos capaces de reconocer en lo cotidiano que vivimos. Es cierto que la convivencia desgasta, que convivimos con los límites de los demás: sus genios, sus enfados, sus decepciones, sus exigencias. Las diferentes edades, la diferencia entre la psicología masculina o femenina, son retos que debemos afrontar con la confianza de que Dios es quien nos enseña. Pasamos mil veces por delante de las mismas personas, los de siempre, y a veces lo conocido pierde la novedad. A veces nos falta tiempo para cuidar a nuestros mayores, no tengo tiempo para cuidar a nuestra pareja, no tengo tiempo para ver crecer a mis hijos. Pero se nos escapa la vida a veces en lo accidental y se nos escapa lo verdaderamente esencial. Esta Cuaresma puede convertirse en una oportunidad de volvernos a cuidar. De activar la espiritualidad de la gratitud, de pasar de la exigencia a la gratitud.

 

Lo que Dios nos dice. “A vosotros que escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra, al que te quite el manto no le niegues la túnica; da a todo el que te pide, al que te quite algo no se lo reclames. Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a sus amigos. Si hacéis el bien a los que os hacen el bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Si prestáis esperando cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan para recobrar otro tanto. Amad más bien a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados”. Lc 6 27-38.

 

Nos pide el Señor que desarrollemos la actitud compasiva de quien no se sitúa frente a la vida de los demás, con actitud de jueces inmisericordes, sino como compañeros de camino. La mirada misericordiosa que nos enseña Jesús a vivir es la que reconoce en todas las personas la posibilidad de desarrollar la mejor versión de sí mismos. No podemos juzgar a una persona por un acto, sino reconocer que cada uno de nosotros vivimos un proceso, y que un acto es sólo una parte del proyecto de nuestras vidas. No vamos buscando la mota en el ojo del otro, lo que hace mal, para reprenderle, para castigarles, sino que reflejamos con nuestras actitudes la misericordia de aquel que conociéndonos nos llama.

 

“No juzguéis y no seréis juzgados. Como juzguéis os juzgarán. La medida que uséis para medir la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga del tuyo? ¿Cómo te atreves a decir a tu hermano: ¿Déjame sacarte la mota del ojo, mientras llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás distinguir para sacar la mota del ojo de tu hermano.” Mt 7,1-5.

 

No vivamos la fe de los fariseos que se pasaban la vida juzgando a la gente, decidiendo que persona era valiosa y quién no. Frente al juicio Jesús aporta la misericordia, el cuidado, el compromiso. No nos contentemos en denunciar lo que no funciona, sino comprometamos toda nuestra vida para que se encienda una luz como decía Teresa de Calcuta: No maldigas las tinieblas, enciende una luz.

 

Cómo podemos vivirlo. Anunciemos la buena noticia del Dios que nos quiere a todos. A nuestros mayores que tanta paciencia necesitan en su vejez, en su pérdida de memoria, en sus manías, en su vida desorientada frente a tanto cambio y evolución cultural. A nuestros jóvenes a los que es fácil criticar, pero que les está costando encontrar caminos y oportunidades. Con nuestras mujeres en camino de alcanzar sus propias metas sin dependencias ni sumisiones respecto de los hombres, pero a los que no nos tienen que ver rivales, sino compañeros. A nuestros hombres educados con unas claves machistas y que vamos aprendiendo a cambiar. A nuestros niños, tecnificados, llenos de regalos y juguetes, pero casi sin tiempo para compartir con sus padres. A los inmigrantes, que necesitan actitudes de acogida y de ser invitados a participar de la vida de la comunidad. A todos anunciar que la fuerza de la Resurrección vence todas las muertes.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *