TEMOR Y TEMBLOR
Introducción.
No sé si os pasa muy a menudo, pero reconozco que, a mí, esa extraña sensación de levantarme desde el inicio del día como si todo lo que fuera a vivir es un conjunto de pruebas, retos y de dificultades a las que me tengo que enfrentar es más habitual de lo que me gustaría. Es cómo empezar más cansado y agobiado que ilusionado y alegre. Desde lo más habitual como celebrar una misa, a dar clases, a ir de viaje, o salir a predicar a un espacio nuevo, suponen para mí esa extraña paradoja que combina el miedo, el «temor y temblor» y la confianza, la excitación y el reto
.
Creo que es normal, ser consciente de que lo que vivimos tiene una dosis grande de responsabilidad y de exigencia. Vivo con el deseo sincero de que el trabajo que realizo sirva para que las personas con las que me acerca la actividad puedan conocer de forma experiencial más a Jesús.
Pero normalmente se equilibra esa sensación de miedo, con la confianza depositada en aquel que me envía y me confía la misión.
Con la ilusión de poder ayudar a la gente con la que me encuentro y saber con mucha seguridad, que será el ambiente de agradecimiento con el que termine mi jornada. Es cierto que esos nervios sanos hacen que uno no se acomode ni se profesiónalice. ¡Ay del día en que uno piensa que controla, que sabe, que lo tiene todo dominado! Pero también es sano reflexionar sobre las causas de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, y desconfianzas. Sufrir por sufrir es tontería. Yo siento que soy un eterno aprendiz y que por muchos años que pasen, la inquietud acompaña muchos de mis días. Pero sueño con la posibilidad y la oferta que nos lanza Jesús de transformar el miedo en paz, la agenda apretada en alegría, y la queja en acción de gracias. No me conformo con ir pasando pruebas, deseo aprender a vivirlas como oportunidades que me ayuden a amar más.
Lo que Dios nos dice.
“Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados. Porque mi yugo es blando y mi carga es ligera.” Mt 11,28-30.
Necesitamos acudir más a vivir las cosas como Jesús las vive. El yugo es algo que hay que llevar entre dos. Y eso ya es una primera revelación. Nos entran los agobios y el estrés cuando pensamos que son nuestras fuerzas las que tienen que soportar el peso del día. Cuando nos atribuimos a nosotros todos los méritos y éxitos cuando las cosas salen bien y toda la carga de negatividad y de reproche cuando es fracaso lo que cosechamos. Estamos viviendo en un olvido de Dios que nos daña. La fe nos dice que Él camina con nosotros, que nos sostiene, que nos fortalece. Es cuando nos vemos sobrepasados por las circunstancias, cuando nuestras fuerzas se agotan, cuando con más claridad reconocemos la presencia providente de quien nos acompaña y guía. Si pasan nuestros días en la orilla de lo que controlamos y dominamos, sino vacilamos y dudamos, no estamos viviendo de la fe en Dios, sino en la confianza en nosotros mismos. Por eso bienvenidas sean todas las circunstancias que nos desestabilizan y nos acercan a la crisis. Ahí en la fragilidad es cuando abrimos nuestros brazos y nuestro corazón al Buen Dios.
“Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes. Decid a los cobardes: Sed fuertes, no temáis; mirad a vuestro Dios, que trae el desquite y la venganza, viene en persona y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará; brotará agua en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial, habrá hierba, cañas y juncos.” Is 35,3-7.
La invitación es a edificar nuestra vida en la roca firma de la presencia y de la compañía de nuestro Dios. Nos apoyamos en la certeza de que nos dará diariamente la fuerza, «el pan de cada día», la alegría de cada día, la motivación de cada día. No podemos guardar la fe de hoy para las actividades de mañana. Cada día tiene bastante con su afán, si hoy lo ponemos todo, mañana se nos renovarán las fuerzas para lo que nos toque vivir. El evangelio invita a la sobreabundancia, no al cálculo y al ahorro de energía. Cuando los israelitas comenzaban su peregrinación anual a Jerusalén cantaban el siguiente salmo:
“Levanto los ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. No dejará que tropiece tu pie, no duerme tu guardián. No duerme, no dormita el guardián de Israel. El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a tu derecha. De día el sol no te hará daño ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu vida. El Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre.” Sal 121.
Contemplaban desde la llanura las altas montañas que tenía que cruzar para llegar a su destino. En muchos casos sentían lo mismo que nosotros. Esa percepción pesimista de «no podré», «no sabré», «no tendré fuerzas», «seguro que caigo, que fracaso, que no llego». Y juntos compusieron un canto que al ser recitado con toda la fuerza del grupo se convertía en impulso y motivación.
Eso mismo necesitamos hacer nosotros, desde la situación que cada uno nos encontramos, vivir con la certeza de que el Dios que nos guía no nos va a dejar huérfanos, sino que su compromiso con nosotros es firme, para llevar a cabo la misión que de forma diaria nos confía. Levantar cada día nuestra mirada a nuestra agenda, lo que nos toca hacer cada día, a nuestras obligaciones y compromisos. Y que al ver lo exigente que es, lo comprimido que lo tenemos todo, y ser capaces de no vivir como exprimidos, sino con alegría. Nos habla de la posibilidad de vivir las cosas, no como que nos roban la vida, sino que la damos nosotros libremente.
Cómo podemos vivirlo. Que nosotros pasemos por este mundo de forma anodina y mediocre, quejosa y protestante, o que vivamos a forma abundante, regalada, acompañada, no depende de las circunstancias ni de los acontecimientos. Depende de cómo los acojo, y de cómo los comparto. Depende de haber aprendido a vivir de forma nerviosa o confiada. Que día a día aprendamos a fiarnos cada vez más de aquel que nos ha llamado al milagro de la vida.