SORPRENDIDOS DE ESTAR VIVOS

SIGAMOS CREYENDO EN LA VIDA Y LA ESPERANZA CON PRUDENCIA PERO SIN MIEDOS.

SORPRENDERNOS DE ESTAR VIVOS

Introducción. Comenzamos de nuevo otra temporada de Escuelillas de vida. Y creo que todos compartimos la experiencia común de estar rodeados, día sí, y día también de datos, estadísticas, noticias, de personas afectadas de algún modo por el Covid19. Es prácticamente imposible no comenzar una conversación en la que no salga la palabra confinamiento, mascarilla, gel hidroalcohólico, PCR, serológico, rebrote o distanciamiento social. Y es que, de alguna manera, la globalización ha llevado a compartir no sólo la economía, los mercados o la cultura sino el sentimiento de vulnerabilidad, de fragilidad, de sentir la pandemia como una amenaza que se abate sobre la humanidad. Estamos todos muy atentos a cuidar lo que para nosotros es el tesoro más grande que tenemos, el hecho de estar vivos. Por eso el primer acto que cada día tendríamos que hacer nada más despertarnos es el de agradecer: «Gracias a la vida, que me ha dado y me da tanto…» cantaba Violeta Parra, curiosamente un año antes de suicidarse.

Estar vivos tiene que suponer para cada uno de nosotros un momento de asombro. No de acostumbramiento. Valoramos las cosas cuando las perdemos y es un grave error. Tendríamos que estar llenos de ganas de bailar y de saltar si fuéramos conscientes del tesoro que se nos pone en nuestras manos. La vida de cada día es como una hoja en blanco para un escritor, o para un pintor un lienzo en blanco. Se nos pone en las manos la posibilidad de crear lo inédito, de escribir una carta diaria de amor con todo lo que nos conforma y nos da nuestra propia personalidad. No es una elección nuestra, ni el dónde, ni el cuándo, ni el con quién hemos nacido. Nos han nacido, nos han traído a la vida, nos han dotado de un montón de talentos, de capacidades, de límites y de sombras. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor 4,7). Lo que estoy experimentado en este tiempo es el deseo tan grande que todos tenemos de cuidar y de proteger la vida.

Lo que Dios nos dice. «Por eso os digo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento?, ¿el cuerpo más que el vestido? Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros y, sin embargo, vuestro Padre del cielo las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros puede, por mucho que se inquiete, prolongar un poco su vida? ¿Por qué os angustiáis por el vestido? Mirad cómo crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Os aseguro que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, ¿no os vestirá mejor a vosotros, hombres de poca fe? En conclusión, no os angustiéis pensando: ¿qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿con qué nos vestiremos? Todo eso buscan ansiosamente los paganos. Pero vuestro Padre del cielo sabe que tenéis necesidad de todo aquello. Buscad, ante todo el reinado [de Dios] y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura. Así pues, no os preocupéis del mañana, que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema» (Mt 6,25-34).

Jesús nos invita Jesús a hacer de nuestra vida el espacio para encontrarnos con el misterio de Dios. Todo lo que nos ocurre en nuestra vida es regalo. Ese es nuestro trabajo diario, el descubrir el tesoro que aparece escondido en una primera mirada, pero que, tras una observación atenta, somos capaces de descubrir. Es un tesoro todo lo que nos rodea, la vida, el cuerpo, los sentidos, las personas, los diálogos, lo que aprendemos, los paisajes. La lista sería inacabable. Por eso da tanta pena las personas que transitan su vida sin activar la sorpresa, la emoción, que no vibran, que nada les despierta de su letargo. Cuando pasan a nuestro lado vividores, disfrutones, personas que aprovechan cada ocasión para reír, para celebrar, para disfrutar, ahí descubrimos nuestros pasos que se arrastran, nuestra mirada que está velada, nuestro corazón paralizado.

Estas circunstancias por las atravesamos de vidas amenazadas por el contagio, por el miedo al dolor y a la enfermedad, se pueden convertir en la ocasión de sorprendernos del hecho de estar vivos. Claro que da miedo perder algo tan valioso como nuestra propia vida. Claro que da miedo perder a la gente a la que queremos. Claro que nos preocupa el aumento de casos por contagio, claro que hay que ser responsable y cuidadoso con todas las medidas sanitarias. Pero en el fondo ¿qué es lo que estamos cuidando y protegiendo? La vida, nuestra vida, ese conjunto de posibilidades que cada día se nos pone en nuestras manos para hacer con ella una obra de arte. Somos alfareros de nuestra propia vida y de la de los demás.

Cómo podemos vivirlo. Ojalá que diariamente nos ayudemos a activar el asombro. Que nuestro tiempo no pase envuelto en quejas, en lamentos, en fantasías de por dónde nos gustaría que fueran nuestros pasos. Sino que nos decidamos diariamente a vivir. Cantaba Julio Iglesias: «Me olvidé de vivir». Pues que a nosotros no se nos olvide, que cada día al cerrar los ojos por las noches, nuestro corazón arda de emoción, al ser conscientes de lo mucho que hemos aprendido y disfrutado de vivir.

SERA PRUDENTE DESCONECTARNOS DE LAS MENTIRAS Y MANIPULACIONES Y SER BUSCADORES DE LA VERDAD.


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