Pensamientos para el nuevo año Descubre tu identidad

IRREVERSIBLE

Introducción. Decía Ignacio de Loyola que «en tiempos de desolación no hay que hacer mudanza», porque las decisiones que se toman en caliente, bajo los efectos de un profundo enfado, miedo, o euforia, suelen estar muy condicionadas por la situación temporal. Cuando se calman las cosas, vemos la vida con más tranquilidad y a veces las palabras pronunciadas, a las decisiones tomadas son irreversibles. Por eso necesitamos que nuestra vida este anclada sobre unas bases firmes, sólidas, verdaderas, para que los vaivenes emocionales, ideológicos, y cambiantes de la vida no arrastre nuestra existencia. Y una de las primeras necesidades que todos tenemos, es resolver la pregunta sobre nuestra identidad. Casi todas las cosas que salen de las manos humanas tienen una etiqueta, un código de barras, una referencia, marca, sello, cuño. Las obras manufacturadas llevan firma de su autor. Pero ninguna de nuestras vidas, ni de nuestros cuerpos lleva firma. Un verano fui a un gran almacén a comprarme una camiseta que no fuese negra, porque me moría de calor, adquirí una prenda que me costó poco más de 5 euros, y al ponérmela algo me molestaba mucho. Una etiqueta enorme, de tres o cuatro hojas, en las que en varios idiomas explicaba la composición de tejidos de la prenda. Y pensé: ¿Dónde tenemos nosotros la etiqueta? Pero la fe, si nos resuelve la pregunta sobre nuestro origen: somos hijos e hijas de Dios.

Lo que Dios nos dice. «En aquel tiempo vino Jesús desde Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: —Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Mc1,9-11).

Jesús escuchó del mismo Dios cuál era su identidad, Dios leyó en voz alta lo que pensaba de su hijo, y lo que todos somos para él: sus hijos. Y la Iglesia de muy diferentes modos, estilos y épocas nos ha recordado lo mismo: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador» (GS 19). Somos llamados a la vida, regalados, donados, partícipes de una vida y de un amor que no ha sido creado por nosotros. Por eso la respuesta asombrada y agradecida al don de la vida es la gratitud. Somos todos elegidos, ya desde el seno materno, a vivir como hijos e hijas de Dios, y se nos ha regalado la vida de Cristo para descubrir, como «camino, verdad y vida», hasta dónde podemos llegar en el extremo del amor y en la abundancia de vida.

«A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó» (Rom 8,29-30).

Es la ignorancia y el desconocimiento de lo que verdaderamente somos, los que nos hace vivir intentando agradar a las exigencias de los hombres. Vivimos de imitar modelos que nos parecen realizados, en lo económico, en el triunfo, el éxito, la popularidad o la afectividad. Vidas dichosas y felices que se nos muestran de manera exhibicionista a través de los medios. ¿Qué es ser una buena madre o padre? ¿qué es el éxito profesional? ¿qué es ser un buen misionero o sacerdote? ¿qué es llegar a vivir en plenitud el bautismo? Nos parecen vidas deslumbrantes las que desde la apariencia se muestran realizadas y dichosas. Pero son ídolos de con pies de barro, que se derrumban con la facilidad. Es el descubrimiento de lo que cada uno de nosotros somos, lo que garantiza una vida feliz, sin envidias ni comparaciones. Quien escucha lo que Dios dice de su vida, está edificando su proyecto vital en roca firme. Quien vive de la aprobación de los demás, construye su vida en arenas movedizas.

«Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre sin juicio que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue un derrumbamiento terrible» (Mt 7, 24-27).

Como podemos vivirlo. «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el gustar internamente de las cosas de Dios». Cuando María, la hermana de Lázaro, se sienta a los pies de Jesús, Él le dice: «María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10,42). Nadie nos puede arrebatar la identidad nueva que nace de la relación con Dios. Somos hombres y mujeres nuevos, la viejo ha pasado. Nuestra condición de mendicantes de valoración ha pasado. Somos hijos invitados a vivir en casa, y puede comenzar diariamente la fiesta y el banquete de los que nos habíamos perdido y hemos vuelto.


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