Domingo tercero de Cuaresma
Lectura orante del Evangelio: Juan 4,5-42
Cada encuentro con Jesús nos llena de alegría y nos cambia la vida (Papa Francisco).
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Entramos en esta escena encantadora. Jesús está sentado en el brocal de un pozo. Está esperándonos, con hambre de encuentro, con sed de amor. Metidos en mil cosas, quizás no lo vemos. Pero Jesús sabe esperar. Hoy puede ser el día del encuentro con él. ¿Lo intentamos? Por él no va a quedar. Jesús es manantial de amor en el pozo de nuestra interioridad. ¿Cómo cruzar el umbral que nos separa de él y de nosotros mismos? Como a la mujer de Samaría, solo una sed honda, a menudo desconocida, nos alumbra; y un cansancio, que sólo se cura con el amor, nos ayuda a descubrir la presencia del Amigo. Nos da confianza saber que Jesús siempre oye el deseo de los pobres. Espíritu Santo, llévanos adentro, donde nace la luz, donde crece el amor, donde nos espera Jesús.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: ‘Dame de beber’. Jesús no pierde tiempo. Rápidamente inicia el diálogo con nosotros. Sus palabras imprevisibles nos sorprenden. ¿Cómo es que nos pide de beber a nosotros, tan sedientos de agua y de todo? ¿De dónde sacaremos lo que nos solicita? Quizás sea ahora el momento escogido por el Espíritu para tener un encuentro con Jesús. Si probamos a escuchar la música escondida en su petición: dame de beber. A nosotros, marginados como la samaritana de las fuentes de la vida, nos ofrece palabra, dignidad, confianza; pero, antes, nos pide. Jesús, ¿qué nos pides hoy?
‘Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva’. Muchos se han alejado de Dios; lo ven como un extraño. Se han marchado sin haber conocido el don. Quizás también a nosotros nos ha pasado o nos pasa. Sea como sea, el diálogo con Jesús en nuestra interioridad puede llevarnos a ser sus amigos y recibir el agua viva que sacia nuestra sed. Si conociéramos el don de Dios. Jesús puede descubrirnos hoy que Dios es un misterio de bondad, una fuente de la que cada uno bebe según tenga el vaso, una presencia amistosa y acogedora en quien podemos confiar siempre. Es hora de dejar a un lado nuestro pequeño cántaro para que Jesús nos llene el corazón. Con la mujer de Samaría aprendemos a ser discípulos de Jesús, mientras dialogamos con él acerca de las preguntas más hondas que llevamos en los adentros. ¿Quién eres tú, Jesús, que tienes un agua viva?
La mujer le dice: ‘Señor, dame esa agua; así no tendré más sed’. Después de haber alimentado la vida con espejismos de oasis inexistentes y de haber buscado agua en cisternas agrietadas, Jesús nos ofrece la oportunidad de vivir una fe de manera confiada en el fondo de nuestro ser. La vida es más hermosa cuando en ella está Jesús. Con él en medio, ya nada es lo mismo, porque en viniendo la vida ya no queda ni rastro de la muerte. Con Jesús comienza otra danza, todo se recrea. Y de la alegría por haber bebido el agua de su manantial vamos a testimoniar la alegría del encuentro con él. El cansancio del alma deja paso a la alegría misionera: Que todos conozcan a Jesús, que todos tengan vida y la celebren, que haya agua para todos los pueblos de la tierra. Nuestro mundo es capaz de generar recursos para que haya agua para todos, pero no sabe compartir. Nuestro pozo, con abundante agua de Jesús, es ahora una fiesta de solidaridad inagotable, donde se comparten el agua y la vida. Si te escuchamos, Jesús, tú no te callas. Si nos abrimos a ti, Jesús, tú no nos cierras la puerta. Si confiamos en ti, Jesús, tú nos acoges. Si nos entregamos a ti, Jesús, tú nos sostienes. Si nos hundimos en el camino, tú, Jesús, nos levantas y nos das a beber de tu agua viva.
Os deseo un feliz tiempo de gracia – Un abrazo, mi oración