Curar el mundo…si queremos se puede curar ..

“Curar el mundo”

Catequesis 3. –  “El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza”

Flor de la Esperanza

Frente a la pandemia y sus consecuencias sociales, muchos corren el riesgo de perder la esperanza, ha advertido el Papa.

Por eso, en este tiempo de “incertidumbre y de angustia”, Francisco ha invitado a todos a acoger el “don de la esperanza que viene de Cristo” y ha recordado que después de la crisis, todos cambiamos: podemos salir “mejores” o “peores”.

“La pandemia que sufrimos es un virus que viene de una economía enferma”, aseguró. “Es el fruto de un crecimiento económico injusto, que prescinde de los valores humanos fundamentales”.

Y advierte de que en el mundo de hoy, unos pocos muy ricos poseen más que todo el resto de la humanidad. “¡Es una injusticia que clama al cielo!”, comentó.

Al mismo tiempo, ha señalado que este modelo económico es “indiferente” a los daños infligidos a la casa común, y ha explicado que la desigualdad social y el degrado ambiental “van de la mano y tienen la misma raíz”: la del pecado de querer poseer y dominar a los hermanos y las hermanas, de querer poseer y dominar la naturaleza y al mismo Dios.

“Pero este no es el diseño de la creación”, ha asegurado.

En este marco, ha planteado: “Después de la crisis, ¿continuaremos con este sistema económico de injusticia social y de desprecio hacia el cuidado de la Creación, del medio ambiente? Pensemos. Pensémoslo bien”.

En este contexto, el Papa ha manifestado su preocupación porque la pandemia actual ha puesto de relieve y ha agravado algunos problemas ya existentes, “especialmente la brecha entre las clases sociales”, ha dicho.

“Esto hace que muchas personas corran el peligro de perder la esperanza”.

Por tanto, ha invitado a recordar que Dios nos dio la tierra “a todos” para que la cuidáramos y la cultiváramos. “Nosotros somos administradores de lo que el Señor nos ha otorgado y estamos llamados a asegurar que sus frutos lleguen a todos, no sólo a unos pocos”.

El Pontífice ha terminado su resumen de la catequesis en lengua española animando a poner la mirada fija en Jesús, y “unidos como comunidad”, actuar todos juntos, “con la esperanza de generar algo diferente y mejor”.

La esperanza cristiana, arraigada en Dios, ha expresado Francisco, es “nuestra ancla”. Así lo entendieron y practicaron las primeras comunidades cristianas que, viviendo también tiempos difíciles, se sostenían recíprocamente y ponían todo en común, ha recordado.

La obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando. No, esto es desolador, no se puede quedarse uno mirando.

Con la mirada fija en Jesús (cfr Hebreos 12, 2) y con la certeza de que su amor obra mediante la comunidad de sus discípulos, debemos actuar todos juntos, en la esperanza de generar algo diferente y mejor.

La esperanza cristiana, enraizada en Dios, es nuestra ancla. Ella sostiene la voluntad de compartir, reforzando nuestra misión como discípulos de Cristo, que ha compartido todo con nosotros.

Dos apartados tiene la Catequesis: El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza.

Destino universal de los bienes:“La tradición cristiana NUNCA ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable:

«Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes»”

 “Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla su digna morada: «De este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual».

La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes «aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana (…) al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles». 

La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social. La doctrina social postula que la propiedad de los bienes sea accesible a todos por igual, de manera que todos se conviertan, al menos en cierta medida, en propietarios, y excluye el recurso a formas de «posesión indivisa para todos».

La enseñanza social de la Iglesia exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada, en clara referencia a las exigencias imprescindibles del bien común. 

El hombre «no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás».

La actual fase histórica, poniendo a disposición de la sociedad bienes nuevos, del todo desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del destino universal de los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que comprenda también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico. La propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber, resulta cada vez más decisiva, porque en ella «mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las Naciones industrializadas».

Sigue siendo vital, especialmente en los países en vías de desarrollo o que han salido de sistemas colectivistas o de colonización, la justa distribución de la tierra. En las zonas rurales, la posibilidad de acceder a la tierra mediante las oportunidades ofrecidas por los mercados de trabajo y de crédito, es condición necesaria para el acceso a los demás bienes y servicios; además de constituir un camino eficaz para la salvaguardia del ambiente, esta posibilidad representa un sistema de seguridad social realizable también en los países que tienen una estructura administrativa débil.

La virtud de la esperanza.

La esperanza es una virtud de las llamadas teologales que Dios da a todos los hombres, junto con la fe y la caridad.

La esperanza, la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte la virtud de la esperanza.

El Papa Francisco ha vuelto varias veces durante este período para hablar de la esperanza, instándonos a mirar con nuevos ojos nuestra existencia, especialmente ahora que estamos pasando por una dura prueba, y a mirarla a través de los ojos de Jesús, «el autor de la esperanza», para que nos ayude a superar estos días difíciles, con la certeza de que las tinieblas se convertirán en luz.

Una virtud oculta, tenaz y paciente

«Es la más humilde de las tres virtudes teologales, porque permanece oculta», explica el Papa Francisco: «La esperanza es una virtud arriesgada, una virtud, como dice San Pablo, de una ardiente expectativa hacia la revelación del Hijo de Dios (Romanos 8:19).

No es una “ilusión». «Es una virtud que nunca decepciona: si esperas, nunca serás decepcionado», es una virtud concreta, «de cada día porque es un encuentro.

Y cada vez que nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, cada vez que damos un paso más hacia este encuentro definitivo»

«La esperanza necesita paciencia», así como uno necesita tener paciencia para ver crecer el grano de mostaza.

Es «paciencia para saber que sembramos, pero es Dios quien da el crecimiento».

La esperanza no es un optimismo pasivo sino, por el contrario, «es combativa, con la tenacidad de quienes van hacia un destino seguro».


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