Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas

LA PIEDRA Y EL CINCEL, EL PINCEL Y EL LIENZO

Introducción. Si la semana pasada hablábamos de la belleza, hoy me sale hablar del artista. Del que es capaz de sacar del caos original, del desorden, de la descomposición y la muerte una vida renovada. Hoy, como si de un salmista se tratase, me encantaría componer una canción de amor a mi Dios. Porque casi todas las escuelillas hablan de realidades humanas, de espacios comunes en los que nos reconocemos, fragilidades, dificultades, estados de ánimo. Pero hoy me gustaría levantar la mirada, y de forma agradecida, reconocer las grandes obras que el Señor hace con nosotros. Porque todo el tiempo que dedicamos a un mal amor, se lo estamos quitando a un buen amor. Y todo el tiempo que dedicamos a ver las injusticias humanas y los errore4s humanos, se lo quitamos a la contemplación de las buenas obras que hace nuestro Dios. Esa es la experiencia de María:

«María dijo: —Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es sagrado» (Lc 1,46-49).

Esos ojos capaces de reconocer la belleza, la bondad, el amor, no pueden permanecer ciegos ante el amor detallista que Dios nos tiene. A su trabajo constante y fiel que nos permite vivir en esta maravilla de mundo que nos ha regalado. Entrenados para calcular el valor de las cosas, para ponerles precio, de la ropa, de los móviles, de las casas y los coches, entrenados en auditar inteligencias, testar simpatías y hacer castings de belleza, no nos han señado a ver al artista. Absolutizamos su obra, su producción artística, pero al autor lo ignoramos y lo marginamos. Y en su palabra se reivindica.

Lo que Dios nos dice. «Entonces el Señor respondió a Job desde la tormenta: ¿Quién es ése que denigra mis designios con palabras sin sentido? Si eres hombre, cíñete los lomos: voy a interrogarte y tú responderás. ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Dímelo, si es que sabes tanto. ¿Quién señaló sus dimensiones? –si lo sabes–, ¿o quién le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de todos los ángeles? ¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos y le dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí cesará la arrogancia de tus olas? (Job 38,1-11)»

¿Dónde sale a relucir nuestra firma?, ¿De qué nos podemos sentir protagonistas? ¿Que hemos hecho de bueno a lo largo de nuestra vida? Intentos tenemos, deseos se nos activan diariamente, de ilusiones y fantasías vivimos muchos de nuestros días, pero de obras y de realizaciones, no. Desear hacer el bien estás nuestro alcance, realizarlo no. Por eso hay una invitación a pedir al Señor que nos limpie los ojos y nos devuelva la vista.

«Llegaron a Jericó. Y cuando salía de allí con sus discípulos y un gentío considerable, Bartimeo, hijo de Timeo, un mendigo ciego, estaba sentado a la vera del camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ¡compadécete de mí! Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, compadécete de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: ¡Ánimo, levántate, que te llama! Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres de mí? Contestó el ciego: Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino (Mc 10, 46-52)».

La experiencia de Bartimeo era esa, un ciego de nacimiento. Descubro con dolor las vidas que permanecen ciegas a tantos detalles de amor que el buen Dios tiene diariamente con nosotros. Desde nuestro nacimiento nos hemos acostumbrado a vivir en una soledad dolorosa, en una autosuficiencia asfixiante, en una vigilancia sobre los demás cargada de sospecha y de miedo. Volver a nacer, lo que Jesús le propone a Nicodemo, la sanación de nuestro corazón pasa por empezar a mirar la realidad con los ojos de Jesús, que es capaz de mirar no las apariencias sino lo profundo de nuestro corazón. La fe nos adentra en un proceso que pide de nosotros confianza y paciencia. No podemos exigirle a Dios resultados inmediatos, pero si que podemos unir nuestra vida a la suya y descubrir como día a día, gracias al acompañamiento que hacen nuestros hermanos, se ve diluyendo la espesura de nuestros ojos y vamos siendo capaces de ver. De reconocerle y de reconocer la bondad en las vidas que nos acompañan. Esa es una de las consecuencias de orar. La oración es la limpieza de los ojos de la fe, la capacidad de activar la sensibilidad a la acción de Dios en nuestras vidas.

Cómo podemos vivirlos. Un ejercicio continuado de escucha del señor nos va limpiando los ojos y nos va regalando esa pureza de acercarnos ala mirada de Dios. Ojalá que nos pase como a Job, que dejemos de tener un Dios de oídas, y que nos acerquemos a poder verle con nuestros propios ojos.


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