El equilibrio nos ayuda a vivir y dar vida…

LAS ARDILLAS Y LAS TORTUGAS

Introducción. Hay una trilogía de novelas de una autora francesa que se llama Katherine Pancol, que titula cada uno de sus libros con un animal como protagonista, cocodrilos, ardillas y tortugas. Y me sirve la observación de sus características para introducirnos en lo que nos aporta la vida de Dios, su vida eterna en nosotros. La comprensión de nuestra identidad en base a los dinamismos de estos animales. ¿Qué decir de las ardillas? Dinámicas, ágiles, nerviosas, continuamente subiendo y bajando de los árboles, comiendo a una velocidad tremenda, juguetonas, esquivas, con ojos abiertos y vigilantes. Las tortugas, todo lo contrario, lentas, huidizas, con coraza, longevas. Son icono de una forma de afrontar la vida, de vivir la vida eterna, que activa los dinamismos divinizadores. Nuestras vidas son una mezcla de actividades y pasividades. Momentos dónde todo depende de nosotros y de la actitud con la que afrontamos cada día. Y circunstancias en nuestra vida que sólo podemos acoger, abrazar y aceptar lo que no depende de nosotros. Como una enfermedad, una pandemia, el fallecimiento de un amigo, o el paso del tiempo que nos va sumergiendo en etapas diferentes de la vida. He aprendido hace poco la expresión «boomber». Hasta ahora los llamábamos maduritos, pero de un tiempo a esta parte se les conoce como «boomber». Si hemos nacido entre 1945 y 1970 somos uno de ellos. Nos han bautizado así una generación de adolescentes para señalar lo que consideran actitudes anticuadas en los boomber como su escasa destreza tecnológica, o una menor implicación ecológica o una idea prefijada de que los jóvenes ven el mundo a través de una pantalla.

Lo que Dios nos dice. «Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempo de construir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras y tiempo de recogerlas; tiempo de abrazar y tiempo de desprenderse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de desechar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de odiar; tiempo de guerra y tiempo de paz. Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin. Y comprendí que el único bien para el hombre es alegrarse y pasarlo bien en la vida» (Qo 3,1-13).

Tenemos que tener actitudes de ardilla, ser dinámicos, entusiasmados, activos, observadores, pero sin acabar exhaustospor un activismo exigente. Tenemos que aprender de las tortugas, a parar, a ir despacio, a sentirnos protegidos. La vida que Dios nos regala tiene diferentes momentos. Actividad frenética y calma y paz. Descanso y cansancio, aplausos y olvidos, multitudes y soledades. Y hay que aprender a vivir los dos espacios. La hipercomunicación actual solo establece contactos, pero destruye relaciones. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad. La proximidad está ligada a la distancia. Si el alejamiento se destruye por la ausencia de distancia, la cercanía e incluso el amor se destruyen.

«El Señor me llenó de gozo porque otra vez floreció vuestra solicitud por mí; siempre la teníais, pero os faltaba ocasión. No hablo de indigencia, pues he aprendido a bastarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en pobreza y en abundancia. Estoy plenamente iniciado en la saciedad y el ayuno, en la abundancia y en la escasez. Todo lo puedo con el que me da fuerzas» (Flp 4,10-13).

Hoy nada dura, nada persiste. Este carácter efímero nos hace perder las certezas. Esta es, por ejemplo, la manía por las selfies. En realidad, estos no se generan por vanidad o enamoramiento, sino que ilustran con precisión este vacío interior. En muchos casos son reclamos de atención. En lugar de un ego narcisista estable, se trata de un «narcisismo negativo». Es la comercialización total de la vida. En una sociedad basada en la evaluación mutua, todo se comercializa, incluida la amabilidad. Nos volvemos amables para tener mejores apreciaciones. En este hermoso compartir, paradójicamente, nadie se deshace voluntariamente de nada. No somos capaces de tener relaciones con otros gratuitas. La autoexplotación es más eficaz que la explotación por parte de un tercero: produce mejores frutos porque va de la mano del sentimiento de libertad.

Cómo podemos vivirlo. Lo que necesitamos hoy es otro tipo de vida capaz de crear responsabilidad y vínculo, sin que esto se traduzca en violencia y exclusión. Una especie de vida en la que se le dará espacio a la espiritualidad. Vivimos con un nostálgico deseo de vínculos, de obligación, también de búsqueda de sentido. El otro es algo que duele; sin embargo, hoy evitamos cualquier forma de lesión. Muchos de nuestros días acontecen entre el vacío y angustia existencial. Nadie se siente seguro en este sistema puramente competitivo. Muchos padecen ansiedades difusas: miedo a no estar a la altura, a fracasar, a abandonar. Nada es sólido, nada es duradero. Vivimos en una sociedad de miedo.

La fe se convierte en una forma de vivir a veces en modo ardilla, a veces en modo tortuga.


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