Es posible el perdón a los que nos ofenden?

. A LOS QUE NOS OFENDEN

Introducción. La realidad los conflictos y de las ofensas forma parte de nuestros días. No siempre son pretendidas, ni buscadas, pero ocurren. Parejas que fruto de la rutina y del paso del tiempo casi no se dan cuenta de las formas tensionadas con las que se dirigen uno al otro. Ambientes laborales donde el jefe muestra su autoridad con su tono impositivo. Predicadores que desde el púlpito eligen temas, o formas de comunicar que agreden y dañan oídos sensibles por los temas que se tratan. Lo que para unos es normal, para otros es ofensivo. Las formas, los tonos, la elección de las palabras, el volumen de la dicción, el humor que se emplea que a veces es tóxico, hace que sea muy fácil caer en el sentimiento de sentirnos ofendidos. Depende de lo sensibles que seamos hay situaciones que vivimos como cómicas, pero para otra persona, puede ser una falta de respeto y una gran afrenta al otro. Y la ofensa suele provocar un sentimiento de respuesta proporcionada y defensiva. Nos revolvemos ante la ofensa y devolvemos cargados de indignación, de victimismo, de necesidad de reparación.

Esa vivencia triste y dolorosa de la relación con los demás, es la causa de muchas de las heridas y de las decisiones que a lo largo de la vida tomamos. Nuestros traumas, fobias, complejos, miedos, que la vida va arañando en nuestro corazón, tiene que ver con situaciones mal vividas, mal interpretadas, mal asimiladas y por los maltrataos que de forma consciente o inconsciente hemos recibido. Frente a la actitud defensiva de quien quiere huir de la ofensa, está la actitud compasiva que enseña Cristo, en la que siendo conscientes de la inevitabilidad de la ofensa, nos prepara para minimizar los daños.

Lo que Dios nos dice. Jesús también aborda este tema: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,38-48).

Hay mucha sabiduría en la oferta de Jesús. Cuando la violencia lleva a la confrontación, se convierte en una espiral creciente que no lleva más que a la guerra. Y en la guerra todos pierden. No hay vencedores y vencidos. Hay relaciones que se deterioran y en muchos casos para siempre. Por eso Él sale de la lógica de la respuesta violenta y nos introduce en la ofrenda de sí mismo, para parar la ofensa. El título de “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” tiene esa densidad. Libre y voluntariamente se entrega para apagar el fuego, que tanto el que ofende, como el que se siente ofendido, encienden y vuelven insoportable. Siempre hay daños colaterales cuando el conflicto se instala en nuestras vidas. Relaciones que se rompen, familias que silencian y separan a sus miembros, traumas que se arrastran a lo largo de una vida, endurecimiento del corazón que poco a poco se vuelve desconfiado y se aleja de la confianza y del compromiso.

Y no olvidemos que el rencoroso, sufre su propio rencor. No será posible vivenciar las palabras de Jesús en la cruz » Padre perdónales porque no saben lo que hacen o lo que dicen» o tal vez se podrá decir » Padre perdónales tu por mi».

«Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno ante toda la gente. En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo. No os toméis la venganza por vuestra cuenta, queridos; dejad más bien lugar a la justicia, pues está escrito: Mía es la venganza, yo daré lo merecido, dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: actuando así amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rom 12,15-21).

Cómo podemos vivirlo. El Evangelio es escuela de relaciones humanas. Pocas formas de entender profundamente el corazón del ser humano como la vida de Jesús. Él modela cada corazón y comprende sus acciones. Es en la vida, en lo real, en medio de lo incierto y de lo cambiante de las circunstancias, que vamos aprendiendo a cambiar nuestra mirada sobre el otro. Cuanto más de Cristo somos, más se va renovando nuestra mirada. Dejamos de ver enemigos, y pasamos a ver hermanos dañados que necesitan de nuestra compasión. Amémonos cuando menos lo merezcamos, porque es cuando más lo necesitamos. Hagamos de nuestra vida una fiesta del encuentro, de la reconciliación, del perdón.


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