ES POSIBLE OTRO MUNDO?

SI … DESDE LA RECONCILIACION…CONSTRUTENDO PUENTES DE ENCUENTRO…

  • EL PERDÓN DE LOS PECADOS.

Introducción. Somos testigos diarios de la misericordia de Dios. Somos entusiastas convencidos por experiencia personal que nos hay límite ni caída humana que pueda apagar el amor que Dios siente por cada uno. Construimos nuestra vida no en la persecución inalcanzable de una vida idealizada, sino en lo concreto del día a día, en el que nos encontramos con cansancios, ataques de ira, indignaciones, y protestas que se condensan en lo profundo del corazón. Pero reconocemos que entre la mediocridad y lo ideal está lo posible. Y lo posible es el arte de reconciliar. La palabra religión viene de la raíz latina religare, que significa volver a unir lo que se ha roto. El arte milenario del kintsugui es el arte de recoger los pedazos rotos de una vasija y volver a reconstruirla a base de una mezcla de resina y de polvo de oro, dejando como resultado una obra de más valor, que antes de romperse. Solo aquel que se quebró en pedazos, puede hablar de un Dios que convierte las ruinas en obras de arte. El perdón de los pecados es la aproximación diaria que Dios hace con una humanidad cargada de límites y contradicciones. Dios que es rico en misericordia abraza a la humanidad y la asume precisamente cuando más sola y perdida se encuentra.

Lo que Dios nos dice. «Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2Cor 5,14-21).

Huir de lo enfermo y perseguir solo lo agradable y bello es rechazar de pleno la existencia humana. Estamos transitados por la herida y la ruptura, porque la fragilidad es constitutiva de nuestra existencia. Por eso ensanchar el espacio de nuestro amor es irnos asemejando con la amplitud del amor de Jesús. Cuantas ocasiones nos ha regalado la vida de ser testigos de un perdón que es capaz de renovar por completo una vida.

 «Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,3-7). 

Cuando nos perdemos muchas veces es por ignorancia, por desconocimiento, por caer en ofertas que se nos muestras como un sueño y no dejan de ser pesadillas. Decías santa Teresa de Jesús: “Hay veces que pecamos por debilidad y en otras ocasiones por necesidad”. El único camino para llegar a la humildad es el convencimiento al que me lleva la humillación. Convencernos radicalmente de la necesidad que tenemos de Dios y de la ayuda de los hermanos es un camino lento. Pasar de la autosuficiencia a la confianza es la tarea a la que nos ayuda recibir y dar perdón.

«Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12,7-10).

Como podemos vivirlo. Nos basta la gracia de Dios.Recibir continuamente es como recibir el oxígeno para respirar. No vivimos de méritos, no nos salvan nuestras obras. Vivimos por el puro amor de Dios que nos creo y por el amor de Dios que nos sostiene y mantiene. Y la vida que viene de Dios se llama Misericordia, perdón, acogida radical de lo que somos y vivimos. Si Dios nos perdona que seamos nosotros los jueces inmisericordes que no nos dejen vivir alegres y libres.


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