MANIOBRAS DE APROXIMACIÓN
Introducción. Toda la historia de la revelación de Dios a la humanidad la podemos resumir en dos palabras: historia de amor. Historia de una progresiva búsqueda de afectuosa intimidad entre lo divino y lo humano. Al principio, la humanidad veía los fenómenos naturales como presencia de Dios. Al sol, la luna, las estrellas, las tormentas, los rayos, todo lo que suponía poder, fuerza, y grandeza se asociaba a lo divino.
“Cuando contemplo tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has dispuesto, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que te ocupes de él? Lo has hecho poco menos que un dios, de gloria y esplendor los has coronado, le has dado poder sobre las obras de tus manos; todo lo has sometido bajo sus pies: Ovejas y toros en masa, también las bestias salvajes, las aves del aire, los peces del mar que trazan sendas por los mares. Señor, dueño nuestro, ¡qué ilustre es tu Nombre en toda la tierra!” Sal 8,4-10.
Pronto en el pueblo judío descubren que su Dios, ya no está solo en la naturaleza, sino que se preocupa de su devenir cómo pueblo, y se convierte en el Dios de la historia. El Dios que camina junto a las alegrías y sufrimientos de su pueblo. El que se compromete con su futuro y su destino, unido y abrazado para siempre.
“Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara, temeroso de mirar a Dios. El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.” Ex 3,6-8.
Dios ya no observa a lo humano desde la distancia, sino que se implica en el devenir de lo humano, escucha sus gritos de dolor, de sufrimiento, y se convierte en un Dios liberador que se implica con la historia humana. Hasta hacer Alianza de amor con su pueblo. Primero estuvo escrita en tablas de piedra, en el Sinaí, junto a Moisés. La nueva alianza que se aproxima ya no será así. Dios pondrá su ley en nuestros corazones. Lo divino, su voluntad, inscrito en la fuente del afecto de lo humano. Cada vez más cerca, cada vez más unidos.
Lo que Dios nos dice. “Mirad que llegan días, oráculo del Señor, en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá: no será como la alianza que hice con sus padres cuando los agarré de la mano para sacarlos de Egipto; la alianza que ellos quebrantaron y yo mantuve, oráculo del Señor; así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro oráculo del Señor : meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo; ya no tendrán que enseñarse unos a otros, mutuamente, diciendo: Tienes que conocer al Señor, porque todos, grandes y pequeños, me conocerán, oráculo del Señor, pues yo perdono sus culpas y olvido sus pecados”. Jr 31,31-34.
Los profetas eran los encargados de recordar al pueblo la necesidad de volver la mirada a Dios, la necesidad de volver una y otra vez a la Alianza, que con mucha facilidad se olvidaba y se rompía. Su invitación era una permanente llamada a recordar, a volverá pasar por el corazón, toda la historia de amor con su pueblo. Recordar es volver a pasar por el corazón lo vivido. Y es siempre una fuente de gratitud descubrir las acciones salvadoras de Dios con nuestras vidas.
“Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creó el universo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser, y sustenta todo con su palabra poderosa. Realizada la purificación de los pecados, tomó asiento en el cielo a la diestra de la Majestad; tanto superior a los ángeles, cuanto es más excelente el Nombre que ha heredado. Pues, ¿a cuál de los ángeles le dijo jamás: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Y en otro lugar: Yo seré para él un padre, él será para mí un hijo.” Heb 1,1-5.
La plenitud de esa historia de salvación es la encarnación, la navidad, el momento en que Dios decide enviar a su Hijo único para que su voluntad y su amor ya no les llegue a los hombres a través de mediadores, sino directamente con voz humana, con sentimientos humano, con amor humano.
“No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, pues voy a prepararos un puesto. Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy. Ya sabéis el camino para ir adonde yo voy. Le dice Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Le dice Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. Ahora lo conocéis y lo habéis visto. Le dice Felipe: Señor, enséñanos al Padre y nos basta. Le responde Jesús: Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo pides que te enseñe al Padre?” Jn 14,1.9.
Como podemos vivirlo. Donde esté Jesús estamos nosotros, somos ya su morada, su casa, el lugar donde habita. Lo humano ya se ha convertido en la revelación de lo divino. Esta vasija de barro que es cada una de nuestras vidas, tan llena de fragilidades, de límites, es el lugar donde se encuentra el tesoro. Dios vive en nosotros y este tiempo de Pascua nos tiene que ayudar a reconocer esa presencia. Con susurros, con insinuaciones, con creatividad, con impulso que siempre nos rescata de nuestros egoísmo y aislamientos, es donde podemos aprender a colaborar con esa presencia divina que nos habita y nos conduce por terrenos inexplorados. Ojalá que nos encuentre el Espíritu con la disposición para soñar a lo grande, para vivir a nivel Dios. Para amar como Cristo hasta el extremo.