15. DANOS HOY
Introducción. Rezar el Padrenuestro es entrar en una lógica diferente a la que normalmente estamos acostumbrados. Hay una lógica de supervivencia, de demandar y exigir las condiciones de vida que nosotros consideramos necesarias. Sabemos que somos unos seres precarios y necesitados. Nos vamos llenando permanentemente de deseos y necesidades. Atrapamos y devoramos las huellas de vida, y los destellos de amor que transitan en nuestros ambientes. Creando relaciones nada simétricas, con dependencias, negociaciones movidas por el interés o el olvido cuando ya no somos ni útiles ni necesarios. Pero Jesús ha introducido la lógica, del don. Reflejo del don continuo que Dios es para la humanidad. Para Dios nos hay obligatoriedad o compromiso a la hora de crearnos. Por puro amor y gracia nos creó y por puro amor y don nos conserva diariamente la vida. Somos nosotros los que cegados por la ignorancia y el pecado hemos dejado de descubrir esas fuentes de amor, de donde brota la vida, el regalo, la relación, la comunión. No nos queremos por mandato, nos queremos porque somos eso mismo, amor donado y ofrecido.
Cuando las cosas hay que hacerlas de manera impuesta dejan de ser vida y don. Acabamos atrapados en la lógica del cálculo, del ahorro, del ver cuánto has puesto tú y cuando he puesto yo. Entramos en el reproche, en el regañarnos, en el corregirnos, pero no desde el deseo de que el otro crezca, sino desde el juicio, la condena y el rechazo de lo que el otro es y de lo que el otro hace. Nos convertimos en jueces inmisericordes de las vidas de los demás. Y ahí se corrompe la existencia convirtiéndose en un verdadero infierno. Por eso en el Padrenuestro se nos recuerda la posición inicial de nuestra vida. Somos receptores de vida y de amor. Dependientes de la vida que recibimos de otros.
Lo que Dios nos dice. «Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay ni alteración ni sombra de mutación. Por propia iniciativa nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas. Tened esto presente, mis queridos hermanos: que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira, pues la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere.Por eso, desechad toda inmundicia y la carga de mal que os sobra y acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien oye la palabra y no la pone en práctica, ese se parece al hombre que se miraba la cara en un espejo y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era» (Stgo 1,17-24).
Santiago nos recuerda el ser prontos y atentos en la escucha, en la recepción de vida que procede de parte de Dios. Es lo mismo que valora de María, sentada a sus pies, frente al frenético activismo de Marta, que, enredada en el hacer, se olvida de la escucha atenta a la voz que Jesús quiere darle como amor. Mucho de nuestro activismo, de las agendas llenas, de la hiperactividad esconde el miedo al silencio, al aburrimiento, al sentirnos receptores pasivos de una energía vital que procede de Dios. En esto consiste el amor, no en tener el control de toda nuestra vida, sino en abrir la mente y el corazón y descubrir la presencia providente de nuestro Dios que acompaña y guía toda nuestra existencia de una manera providente.
«En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1Jn 4,17-20).
Cada día tenemos que renovar nuestra petición de que nos de Dios el don de conocerle, de quererle, de escucharle y de convertir ese amor en la fuerza que nos empuje a llevar a nuestros hermanos ese mismo amor. Nuestra fe nos acerca alas necesidades de los demás. Algunas muy visibles como la enfermedad, la pobreza, la soledad, el abandono. Otras más ocultas que también se manifiestan en la arrogancia, la violencia, el individualismo, la superioridad. Todo son llamadas que nos hace el corazón del hermano herido en el que nos pide, no que le dejemos de lado, sino que nos acerquemos con una mirada compasiva y sanemos sus heridas.
Cómo podemos vivirlo. En cada Eucaristía repetimos lo de “nos atrevemos a decir”, antes de proclamar el Padrenuestro. Y es que ciertamente es un atrevimiento entrar en la “lógica del Don”. Vivirnos como entrega, como regalo para los demás es un atrevimiento. Frente a tantas situaciones en las que nos vivimos enemigos, rivales, creando espacios de hostilidad. Pidamos a Dios que nos restaure la inocencia de quien se sitúa frente al otro con sorpresa, con asombro. Gracias Señor por tantas vidas que se nos han ofrecido como regalo para recorrer el camino y que nos han enseñado a lograr las grandes pruebas de amor dadas y recibidas.