¿ Quien quiere resucitar?

¿QUIÉN QUIERE RESUCITAR?

Introducción. De esta manera tan particular y extraña hemos celebrado la Pascua. A través de celebraciones «On line», de enlaces, de «links». Con una creatividad improvisada muchas comunidades cristianas hemos ofrecido los contenidos esenciales de nuestra fe, en este Triduo Pascual. Ha sido extraño. Extraño para lo que habitualmente vivimos la fe en comunidad. Los que normalmente predicamos, acompañamos, confesamos, compartimos nos hemos sentido muy solos. Os hemos echado mucho de menos. La fe o se vive en comunidad y en familia, o se convierte en un terreno de especulación y de ideología. La fe necesita encarnarse, en personas, con nombres, con historias. La Pascua no son unos días señalados en el calendario, sino que es un acontecimiento, un paso real de Dios por nuestras vidas. Un abrazo salvador que Dios quiere darle a nuestras vidas para llenarlas de su alegría pascual.

Creo que será difícil olvidar cómo ha sido estos días de acompañar todo el misterio de la muerte, pasión y resurrección de Jesús que, a través de nuestras ventanas, iluminaba el misterio de muerte, pasión y resurrección de nuestro mundo. Pocos años he vivido con tanta vigencia y actualidad los pasos de Jesús, como escuela y huellas que la humanidad debe seguir para llegar a la vida abundante.

Lo que Dios nos dice.  «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que os anunciamos: la palabra de vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegría» (1ª Jn 1, 1-4). 

Acompañar a Jesús en todos los pasos que ha ido dando hasta su Resurrección gloriosa, es una contemplación necesaria para todos nosotros a nivel personal y comunitario. Es vivir y experimentar que Dios es la fuente de todo lo que vivimos. Todo lo que acogemos como bueno y todo lo que nos supone más esfuerzo y más aprendizaje, pero que a la larga también descubrimos como regalo. La fe nos ilumina nuestras vidas como un misterio de recepción. Vivir es abrir las manos y acoger la vida que recibimos de otro. Lo contrario a recibir, es arrebatar, es exigir, es violentar.

«Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo: —Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: ¡Bendito sea el Nombre del Señor! A pesar de todo, Job no pecó ni acusó a Dios de desatino» (Job 1,20-22).

La experiencia de estos días es que hemos perdido muchas de las seguridades y de las oportunidades que teníamos de decidir. Se nos ha reducido al máximo la capacidad de movimiento, de elección. Y eso nos agobia y entristece. Hemos construido nuestra existencia en el consumir, en el acaparar, en el decidir. Y hemos olvidado en la práctica la capacidad de ejercitar el asombro. El asombro del cuidado, el asombro del sentirnos acompañados, la sorpresa de ser invitados a vivir por puro amor.

«Por eso os digo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento?, ¿el cuerpo más que el vestido? Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre del cielo las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros puede, por mucho que se inquiete, prolongar un poco su vida?  ¿Por qué os angustiáis por el vestido? Mirad cómo crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Os aseguro que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, ¿no os vestirá mejor a vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6,25-30).

Vivimos con verdadero dolor el no poder prolongar ni un poco la vida de los que queremos y que tan trágicamente se marchan. Pero si que podemos inaugurar una vivencia receptora que en cada momento se nos ofrece cómo don. Resucitar es aprender a vivir abiertos al don que suponen los demás, las circunstancias, la realidad.

«¿Quién te declara superior? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1ªCor 4,7).

Cómo podemos vivirlo. Este tiempo Pascual se nos ofrece como una oportunidad de practicar lo qué es resucitar. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida cuando pasamos de la exigencia, de la queja, de la decepción y de la tristeza, a la alegría de la sorpresa, del acoger lo real como espacio para el encuentro. Resucitar es abrir toda nuestra existencia, como las llagas de Jesús, sus manos, sus pies, su costado, para que, entre la realidad, para que entren las personas, sus biografías y no nos cerremos a nadie. Para que experimentemos que la vida que se entrega, engendra vida.


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