A MENUDO ME RECUERDAS A ALGUIEN.
Introducción. Nuestros días están llenos de novedades y de recuerdos. Circunstancias, situaciones desconocidas, personas que aparecen de forma novedosa en nuestro círculo de amistades. Y al mismo tiempo compartimos la vida con la familia, los amigos de siempre, de toda la vida. Ese equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, lo conocido y lo sorprendente e imprevisto es un aprendizaje que tenemos que realizar. Hay personas que se anclan al pasado tan firmemente que pierden el interés por el futuro. Por el contrario, otras personas se ilusionan con tanta facilidad por los proyectos de futuro, se deslumbran por lo novedoso, hasta tal punto que no valoran, ni cuidan, lo que les ha acompañado a lo largo de su vida.
La vida, con su continuo dinamismo, nos ofrece siempre novedad. Pero nos acercamos a lo desconocido con todo el bagaje de lo vivido, de la experiencia acumulada, de los recuerdos que nos permiten saber cómo afrontar situaciones nuevas, con recursos adquiridos. Es muy bueno echar mano de la experiencia para afrontar situaciones desconocidas. Pero es también necesario dejar que el viento y la intemperie nos desinstale, nos recuerde que no somos capaces de controlarlo todo, y de tenerlo todo atado y bien atado. Benditos nervios, benditos desvelos, bendita ilusión que nos mantiene el corazón despierto frente a tantas circunstancias que no dependen de nosotros.
La expresión «Dejà Vu», es aquella en la que nos da la impresión de que lo que nos pasa en el presente, en tiempo real, ya lo hemos vivido en una época anterior. Nuestro presente, que es lo único que de verdad tenemos, el «sólo por hoy» de Juan XXIII, está formado de lo aprendido a lo largo del pasado, y de la ilusión y de la esperanza en lo que nos tiene deparado el futuro. La fe nos permite vivir confiados en que el Dios providente nos regala en cada momento lo que vamos necesitando. Sin olvidar nuestra historia, abrirnos con renovada ilusión por lo que nos toca vivir hoy. Estrenando vida, estrenando emoción. Sin que nostalgias, o recuerdos borren la ilusión por vivir. Para esto es necesaria nuestra actitud de acogida confiada de que las circunstancias que la vida nos ofrece de forma cuidadosa y detallista, son el «pan nuestro de cada día». Todo lo que necesitamos para vivir y apara amar.
Lo que Dios nos dice. “Si escuchas la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; si te conviertes al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: ¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?; ni está más allá del mar, no vale decir: ¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos? El mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo. Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor tu Dios, te bendecirá en la tierra a dónde vas a entrar para conquistarla.” Dt 30,10-16.
Que las circunstancias que vivimos se conviertan en bendición, en regalo, en tesoro. O que por el contrario las vivamos como una maldición, depende mucho de cómo nos situemos frente a ellas. Como el rico que selecciona, que desecha, que exige. O cómo el pobre agradecido que valora, y agradece todo lo que le ocurre. Hay personas que rodeadas de condiciones de vida óptimas de recursos, de afectos, están insatisfechas, malhumoradas, ariscas, quejosas. Y otras con muchas más dificultades, sin recursos, sin oportunidades, extraen de cada día le esencia, el jugo, el tesoro que supone estar vivo.
“Entonces me respondió el Señor: Si vuelves, te haré volver y estarás a mi servicio, si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos vuelvan a ti, no tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable: lucharán contra ti y no te vencerán porque yo estoy contigo para librarte y salvarte –oráculo del Señor–. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores”. Jr 15,19-21.
Sacar lo precioso de en medio de lo vil, sacar el tesoro de en medio del barro, la maravilla de lo que vivimos envuelta en normalidad, en cotidianeidad es el regalo más grande que nos hace la fe. Es tiempo de agradecer nuestros presentes, nuestros entornos, nuestros intentos, nuestros errores y fracasos. Posiblemente no vivamos al cien por cien todo lo que nos gustaría vivir. Posiblemente nuestras vidas no cubran todas las expectativas y todos los sueños con los que empezamos nuestros proyectos vitales. Posiblemente hay en nuestras vidas y en nuestros corazones cicatrices provocadas por decepciones y fracasos. Pero el poder del amor tiene la capacidad de reconciliar lo real de lo que vivimos y convertirlo en experiencia de gratitud y de sincera alegría.
Cómo podemos vivirlo. Y de esa mirada que es capaz de amar lo pequeño, lo sencillo, lo escondido, es de la que está llena la navidad. El Dios que mira la pequeñez de María. El Dios que se hace pequeño, que se hace bebé, pura fragilidad. La pequeñez de la cueva de Belén. La pequeñez de unos pastores que sin mucha capacitación teológica, o moral, se convierten en los primeros anunciadores de la cercanía de Dios. La pequeñez de un Dios, al que no se le nota, ni su poder, ni su divinidad. Envuelto en precarios cuidados, pañales sencillos, inexperiencia de los padres. Pero mucho amor, mucha generosidad, mucha entrega, y mucha sorpresa. De cómo Dios, no llega a la tierra cuando todo está preparado y dispuesto. No viene a la tierra cuando lo humano está listo para acogerlo. Sino que en medio de la noche, de la improvisación, del anonimato. Mayúscula sorpresa que es gratuita, que no se merece, que no se espera. Felices días de regalarnos sin pedir nada, sin exigir nada, sino imitando al Dios que se nos da, día a día. Navidad a navidad.