Relatos indignantes
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado 31 de octubre de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos un artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, sobre el drama de demasiados migrantes centroamericanos.
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La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) acaba de publicar un librito titulado «Bienvenidos al infierno del secuestro», que transcribe 25 testimonios de migrantes centroamericanos, secuestrados, extorsionados, torturados y asesinados; varias mujeres fueron violadas. Los relatos, gravados en julio de este año, refieren que esto les ha acontecido en su paso por varios Estados del país, sobre todo en el sur y el oriente, cuando tratan de llegar al Norte. Los secuestradores, ligados a cárteles de narcotraficantes, exigen números telefónicos de parientes, para que les depositen cantidades exorbitantes, como condición para soltarlos. Es la nueva industria de la extorsión.
Cito: «De acuerdo con los testimonios, en muchos casos hay participación de servidores públicos, ya sean federales, estatales o municipales, y en la comisión de este delito están involucrados tanto mexicanos como extranjeros. Mientras algunas autoridades se empeñan en demostrar que el fenómeno del secuestro de migrantes no es de la magnitud denunciada, los secuestradores siguen operando, privando de la libertad a los migrantes…, y obteniendo ganancias ilícitas a costa del sufrimiento físico y psicológico de niñas, niños, mujeres y hombres migrantes» (págs. 11-12).
Un migrante dijo: No les importa ver a un hombre llorar, sacarle los sesos. Cuando uno les habla de Dios, nomás se enojan. «Aquí no existe Dios», me dicen; «aquí existimos nada más nosotros»… Cuando estás ahí, estás tocando el infierno con tus propias manos (p. 17-19). Otro relató: Cuando llegamos a la casa del secuestro nos amarraron, nos vendaron, nos pusieron esposas. Nos daban patadas, puñetazos, sin razón. Nos metían a un cuartito pequeño, pequeño, donde comenzaban a golpear, a golpear, a patear, a patear, y ahí te dejaban. De ahí metían a otro y lo golpeaban todo, todo, todo, y ahí lo dejaban a uno, amarrado, toda la noche, en el suelo» (p. 44). Uno más: Cuando llegamos a la casita, que viene un mexicano que traía una mochila de puras armas y un rifle bien grande. Sabe qué rifle sería, como un M-16, y que les dice: Agárralos y el que no pague, mátenlo». Entonces a mí me dio mucho, mucho miedo. Yo pensé en regresarme ahí, pero nos venimos pa adelante… México antes era tan bonito… la gente era tan buena… Nosotros no sufríamos aquí. ¡Y ahora mírense! (p. 49-51).
JUZGAR
Dice el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate: «El fenómeno de las migraciones impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea. Estamos ante un fenómeno social que marca época, que requiere una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente…, con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios… Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación» (62).
ACTUAR
Todos debemos hacer algo, más de lo que se hace ya, para proteger a los migrantes. El Senado de la República aprobó unas leyes al respecto. Nosotros hemos impulsado albergues y acciones solidarias para atenderles humanitariamente. Las autoridades judiciales y el ejército han de cuidarlos y desmantelar redes de abusivos, evitando ser cooptados por la corrupción. Los dueños de capitales, que inviertan en generar empleos, para evitar la salida riesgosa en busca de trabajo. Los pobres, que se organicen en cooperativas, para enfrentar su marginación y no esperen que todo lo resuelva el gobierno.
Promovamos una evangelización más kerigmática, pues «sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es. La cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador, corre el peligro de olvidar también los valores humanos» (Caritas in veritate 78).