Hacerse escucha
Escuchar el gozo y el dolor, la caricia y la espina…
Es decir, saborear la perla que cada realidad lleva dentro, escuchar la melodía, la sabiduría que encierra.
Es más frecuente acoger y recibir la caricia y el gozo, pero es importante recibir, escuchar el dolor, mirarlo de frente y oír su quejumbrosa melodía.
Se trata de crecer y no vivir sólo en los abrazos. Todo dolor es indicación de algo que perdió su equilibrio, por eso, cuando algo nos duele, más adentro, en el alma, en el espíritu, es un buen ejercicio pararnos y observar de dónde viene y cuáles son sus tonos.
El ejemplo es la sabiduría paciente del árbol, que acoge las estaciones que por él pasan, acepta al pajarillo y al viento, dejando que cada uno le comunique su ser, dejándose cambiar, sin perder su identidad. Aunque parece morir, la secreta savia recorre su entraña. No se aferra a las hojas en otoño, es amigo del viento que se las arrebata, no retiene el fruto en su madurez. El árbol encierra el misterio de la vida y de la muerte que de otra manera nos define también a nosotros, y constituye el gran misterio para la escucha.