TE ESPERABA…

TE ESPERABA

Introducción. El intento de este año es que las escuelillas tengan un hilo secuencial. No para quitarle espontaneidad o frescura. Se podrán seguir escuchando por separado. Pero sí que mola que haya un tema central que den claridad a quienes os acercáis a ellas a través de la lectura o de la escucha. Y el tema que he escogido es el de la Eucaristía. Como pilar, fuente y culmen de la vida cristiana. Hay un texto que me ha encantado en este tiempo:

“Suele suceder que quienes viven en lugares extraordinarios apenas aprecian la belleza callada que los rodea. Se comportan como seres ajenos a su fortuna existencial, de la que con frecuencia solo se dan cuenta cuando más tarde deben habitar lugares más inhóspitos”.

Eso mismo nos pasa con la Eucaristía, es un espacio “extraordinario”. Es el lugar donde la presencia de Dios se vuelve más densa, más palpable y real. Pero es cierto que muchas veces apenas apreciamos la belleza callada, silenciosa, humilde, de Cristo hecho pan de amor. Somos ajenos al regalo que se nos hace a través de este tiempo, que se vuelve eternidad. En la Eucaristía el cielo y la tierra se unen de una forma misteriosa. La Eucaristía nos sitúa en el cielo, en lo pleno, en lo definitivo.

Pero en muchas ocasiones no venimos con el traje de fiesta sino como despistados. Prolongando en la liturgia nuestros problemas, nuestras tristezas y exigencias.

Lo que Dios nos dice. «Cuando el rey entró para ver a los invitados, observó a uno que no llevaba traje apropiado. Le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado sin traje apropiado? Él enmudeció. Entonces el rey mandó a los camareros: Atadlo de pies y manos y echadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Pues son muchos los invitados y pocos los elegidos» (Mt 22,11-14).

Por eso mi sugerencia es que cada escuelilla se centre en una de las partes de la Eucaristía a ver si podemos ir introduciéndonos de una manera más profunda en este regalo que Dios nos da. Para que lo apreciemos como lo que realidad es: Este es el sacramento de nuestra fe. Si es así, la experiencia de salvación la tendríamos que tener más cercana y próxima de lo que en realidad la tenemos. Nos acercamos a la Eucaristía con una mirada externa que se fija en los detalles. La decoración, la música, el coro, el celebrante, las personas que van ocupando los diferentes lugares.

Pero somos conscientes del “Te esperaba de Jesús”. Es el quien nos convoca. La palabra Ecclesia en griego se refiere precisamente a esa asamblea de personas convocadas por una llamada. Somos todos llamados a participar de un espacio en el que se nos espera.

«Con todo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están escritos en el cielo» (Lc 10,20).

Nos espera el Señor para que nos encontremos con Él, a través de la Palabra que nos dirige, del pan que comulgamos, de los hermanos que nos rescatan de nuestro individualismo y de nuestro egoísmo. El espacio de cada Eucaristía acoge todos los elementos que conforman la vida humana. Hay un espacio dedicado a la individualidad. A la relación que tenemos con nosotros mismos. La invitación a mirar hacia el interior, a reconocer “humildemente nuestros pecados”. Busca que nuestra presencia no sea externa o superficial.

«Le dice Jesús: —Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. Vosotros dais culto a lo que desconocéis, nosotros damos culto a lo que conocemos; pues la salvación procede de los judíos. Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y de verdad. Tal es el culto que busca el Padre» (Jn 4,21-23).

Hay un espacio para que nos encontremos en “Espíritu y verdad”, pero no se queda reducido a nuestra relación individual, sino que nos lanza y nos invita a mirar ensanchando el espacio de nuestra vida. Nos invita a ensanchar el corazón a la medida del tamaño de Dios. Los hermanos son esenciales en muchos momentos de la Eucaristía. El rezo en común, la alabanza en común, la petición en común, la acción de gracias colectiva. Nos abre a la necesidad fundamental de vivir la fe en familia, en comunidad, en compañía activa de los que el Señor llama a formar parte de nuestras vidas. Lo que Dios ha unido no lo podemos separar las personas, por falta de compromiso, por pereza, por comodidad. Estamos tan habituados a ir a la nuestra, nuestro ritmo, nuestros gustos y preferencias, nuestros intereses, que nos parece que el caminar con otros ralentiza nuestros pasos. Y es justo lo contrario. El que es capaz de adecuar su vida a las necesidades de los demás, es el que está viviendo el Evangelio. El que practica lo que celebra.

Cómo podemos vivirlo. Este curso el objetivo es claro. Revitalizar nuestra vivencia sacramental. Pasar del cumplimiento y la obligatoriedad al festejo, recuperando lo celebrativo, la experiencia personal que tuvieron los apóstoles cuando dijeron: «Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: —Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9,5). Que cada uno de nosotros podamos repetir esa frase cada vez que nos llame el Señor a participar de la mesa que Él mismo nos prepara.


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